¿Suerte?

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Camino a la función de las 22:30 horas, me encontré una moneda de un peso tirada en el piso del estacionamiento del centro comercial. Era de noche y simplemente brilló, una luminaria colocó su haz de tal manera que, con la inclinación causada por la irregularidad del suelo y el ángulo en el que yo me dirigía hacia su encuentro, por milésimas de segundo la luz penetró mi córnea, siguió su camino al iris hasta que llegó a mi pupila. El reflejo luminoso arribó en forma de datos geográficos y estadísticos a mis neuronas, logrando la identificación plena del cuerpo, y después de un análisis somero en el que se planteó la posibilidad de ignorar tal información, triunfó la opción de ir en búsqueda del objeto en comento. Así que apresuré mi paso. Se volvió desde ese instante en mi objetivo inmediato, el mini objeto de mi deseo. Giré mi cabeza noventa grados hacia la derecha y posteriormente la misma cantidad a la izquierda explorando el horizonte nocturno, no vi ningún interesado en mi tesoro, por lo que relajé mi caminar. Disminuí considerablemente el paso para evitar lucir sospechoso. En ocasiones la muestra de desinterés oculta las verdaderas intenciones de poseer.

Caminaba acompañado de dos individuos y una fémina. Ambos, hermanos entre ellos, y por situaciones de la naturaleza y sus caprichos, compartimos los mismos progenitores, no así la edad de nacimiento. El sujeto de género femenino que sincroniza nuestro paso, es nada más y nada menos, que la pareja de uno de los dos peatones que efectúan la misma ruta en dirección a la moneda.

Hice gala de mi poder de disimulo, debía ser cauto ya que, quizás por el idéntico curso de nuestra caminata, la cercanía del paso y el ángulo de visión, así como de la igualdad de posición por mi estrategia de reducción de la velocidad; podía ser víctima de la ilusión interrupta y la decepción económica y anímica que sufriría mi persona al no obtener el resultado programado.

Fui avanzando y tratando de indagar en sus rostros los verdaderos móviles de sus pasos en dirección al punto señalado. Noté en el primer individuo, que es el mayor por cierto, una total indiferencia con respecto del brillo producido por los factores antes explicados.  Me pude percatar de ello por su atención total al aparato telefónico inalámbrico que sostenía con ambas manos, y al mismo tiempo un movimiento digital que parecía el de alguna mecanógrafa en apuros de tiempo y entrega del material solicitado, confirmó mi hipótesis. El reflejo de la pantalla en sus pupilas tranquilizó mi sistema nervioso central.

Mi indagatoria continuó entonces con el otro sujeto. El cual misteriosamente dirigía su mirada hacia mi persona, cuestionándome alguna situación que simplemente no atendí de la manera más eficaz, debido lo anterior (situación que no es muy común que me suceda) argumenté sin muchos fundamentos, elaboré una respuesta casi monosílaba que resuelve emergencias sin proporcionar tanta información. Tuve que emplear un “pos si” para desviar la tensión y así continuar con la investigación.

En un estado de vigilia estaba, cuando de pronto hace su aparición en la escena el sujeto femenino. Me resolvió el enigma del segundo individuo, sin embargo abrió una nueva línea de averiguación, ya que de manera magistral y efectiva, llamó la atención del que caminaba a su lado con unas simples palabras dirigidas a cautivarle. Sin embargo, todo podía resultar con que ella -consciente del objeto en el suelo- también estuviera utilizando el disimulo que yo portaba.

Así que tuve que reforzar mis esfuerzos, ella se encontraba en el punto más lejano geográficamente hablando y con respecto a mi ubicación en nuestra pequeña colectividad. Su posición estratégica inhabilitaba mi acción analítica. Pronto llegaría lo inevitable, ya que al paso que llevábamos, haríamos colisión con la moneda en unos pocos segundos. El único consuelo existente era que, pronto sabríamos el desenlace y tendríamos paz en nuestras almas.

Se llegó el momento del avistamiento. No había elección. Unos pasos antes de estar a distancia de un fémur del premio pecuniario a mi prudencia. Abriría mi boca y empujaría aire de mi diafragma con una temperatura elevada para que al pasar por la laringe emitiera un sonido que, modulado por la posición de mis dientes y finalmente por el molde con que mis labios se coloquen, se escucharían unas palabras que me convertirían definitivamente en el propietario de lo que tanto interés me causaba.

Después de narrar todo el frenesí que me producía el hallazgo, de agregarle un significado cabalístico al hecho de encontrarme una moneda el día primero del mes primero del año nuevo dos mil once, finalmente me apropié de ello. Lo recogí, lo elevé, lo miré de cerca y dicho sea de paso, a fe mía que se parecía a todas las demás monedas de un peso que he visto desde que se comenzaron a acuñar los nuevos pesos. Sin embargo este es diferente. Además de que lo siento tan mío por la forma en que llegó a mi masa económica, es sin duda el tesoro en una noche que marca el inicio de las noches en este año joven.

Lo contemple, qué lindo que se ve en la palma de mi mano. Sólo bastaba sentirlo en mis falanges para saber a ciencia cierta que era real. Nada de falsificaciones. La dureza, su peso, lo sólido de su complexión y la aspereza de su superficie, me dieron los elementos necesarios para dictaminar su autenticidad. En efecto, valía y hacía a la vez que valiera la pena mi esfuerzo.

Ahora camino por la calle con el talante de un tipo afortunado. Desde ese momento mi vida ha cambiado. Siento sin duda la fuerza del éxito correr por mis venas y no tengo más que saber que en esta ocasión fui yo el ganador, y que irremediablemente habrá ocasiones en que la sonrisa de la suerte brille en otras bocas. Por lo pronto debo anunciar que soy el propietario de una moneda que brilló en mis ojos desde el primer momento en que la vi, y que es muy posible que me acompañe desde hoy para siempre en este mundo lleno de intercambio de divisas.

Debo decir que, en algún momento sentí que no lo lograría o bien que acabaría en las manos de alguno de los compañeros de ruta. Pero el destino nos tenía deparado que el encuentro entre la moneda y su servidor fuera así, de emocionante y plagado de aventuras inimaginables.

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